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martes, 25 marzo, 2025
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Historia de Puerto Real: Reflexiones sobre identidad y Patrimonio (VII)

Venimos señalando en los artículos anteriores cómo la pérdida de Patrimonio Cultural e Histórico -y por supuesto también la pérdida de Patrimonio Natural- lleva inexorable e inevitablemente al desarraigo porque dicha pérdida lleva aparejada otra pérdida, la de las señas de identidad, de los referentes identitarios, de un cuerpo social, todo lo cual a su vez acarrea una igualmente inexorable pérdida de identidad de dicho cuerpo social. Con ello y por ello -señalábamos hace unos días- asistiremos a una inequívoca merma de capacidades de ese cuerpo social, a su retroceso cultural e identitario, lo que perjudicará gravemente la posibilidad de que ese cuerpo social que pierde referentes pueda continuar con la labor de seguir construyéndose día a día como tal cuerpo social, como grupo humano integrado y, es de esperar, rico en matices.

No queremos pasar por alto (lo señalábamos ya las semanas pasadas) que la identidad no es una realidad estática sino un proceso (por aplicar una comparativa de modos verbales, la identidad es un gerundio, una realidad en movimiento, una acción, como ya apunté en su día en estas mismas líneas): la identidad es un proceso que está en permanente construcción. La identidad no es algo fijo ni estático, no es algo que “se cerró”, “se completó” o “se terminó de construir” en un momento determinado, no es algo que cuente con un “Año Cero” a partir del cual todo haya quedado “fraguado”, “concluido” y “cerrado” “de una vez y para siempre”.

Plaza de Jesús con la calle transitable para los vehículos.
Plaza de Jesús con la calle transitable para los vehículos.

Nuevamente insistiremos en el hecho de que la identidad es un proceso activo que se construye (que se encuentra en construcción permanente) con el paso del tiempo y de las generaciones humanas, con la interacción de los humanos (como individuos y como grupos) entre sí y de los humanos con el Patrimonio Histórico, Cultural y Natural del que forman parte, que les envuelve y que en buena medida los mismos humanos (individual y colectivamente) construyen y modelan.

Con la pérdida de Patrimonio asistiremos al desarrollo de un círculo vicioso letal en el que una cosa llevará a la otra, de forma que (como señalábamos en párrafos anteriores) la pérdida de Patrimonio Cultural (Histórico, monumental, artístico, arqueológico, documental, inmaterial…) llevará inevitablemente a la pérdida de identidad, la pérdida de identidad conducirá inexorablemente a la pérdida de arraigo, el desarraigo llevará sin remisión a la desorientación del cuerpo social, y todo ello, finalmente, llevará a una drástica a la par que dramática pérdida de calidad ciudadana, a una merma de calidad de la vida ciudadana en un cuerpo social (víctima de este proceso y a la vez protagonista del mismo) crecientemente desorientado y desarraigado de sí mismo que habrá perdido en buena medida la sensibilidad y la consciencia respecto a sus propias señas identitarias y de ese modo -y como consecuencia de ello- el respeto por sí mismo, lo que habrá de resultar letal a dicho cuerpo social a la hora de seguir construyendo su proceso de crecimiento identitario integrando en su seno lo que de bueno pueda llegarle de fuera e integrándolo en su propia realidad como proceso social; esta deriva letal conducirá a una suerte de arterioesclerosis cultural (decíamos) que no hará sino perjudicar severamente a dicho cuerpo social contribuyendo a fomentar los procesos de desintegración del mismo así como llevando a la radicalización de, por ejemplo, posturas de rechazo y de supremacismo.

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Mosaico de Baco en Puerto Real.
Mosaico de Baco en Puerto Real.

Puerto Real, decíamos y decimos, corre el peligro de convertirse en un paradigma de esta fórmula. Nuestra vieja Real Villa es una ciudad, una comunidad, que cuenta históricamente con un carácter “aluvial”, conformada (precisamente gracias a ser tierra de recepción de personas llegadas hasta nuestras calles en damero atraídas por las buenas perspectivas laborales que ofrecía la Villa y por su boyante situación económica) por gentes de muy diversas procedencias desde finales del siglo XV, cuando Puerto Real fuera fundado por la Corona de Castilla en junio de 1483; en este carácter aluvial ha radicado en buena medida la fortaleza de la comunidad portorrealeña, el carácter de Puerto Real como civitas, como grupo humano, como cuerpo social poliédrico y como modelo de convivencia en el cual personas de geografías y horizontes culturales muy lejanos y distintos entre sí han podido asentarse e integrarse mediante el mecanismo (tradicional, convencional) de encontrar trabajo y casarse (esto es, siguiendo los instrumentos básicos, históricamente, de integración, en lo económico y en lo social), entrando a formar parte plenamente de la comunidad local y contribuyendo a conformarla y mejorarla tanto desde el punto de vista cultural y social como (algo nada desdeñable) desde la perspectiva de lo genético.

Pero desde fines del pasado siglo XX la construcción permanente de un proceso identitario en positivo habría acaso empezado a ralentizarse cuando no incluso a invertirse en Puerto Real.

Fábrica de Ladrillos de Lavalle (1940)
Fábrica de Ladrillos de Lavalle (1940)

La pérdida de señas de identidad patrimoniales que viene padeciendo Puerto Real (como fenómeno tangible y sensible, lo que no significa que dicha pérdida sea un fenómeno mesurable) acaso comienza en tiempo tan reciente como son los años finales del siglo XX; y quizá comienza de forma coincidente con la conformación de los primeros ayuntamientos democráticos (y señalamos este hecho como hito a tener presente para ubicar el proceso en un contexto cronológico, no porque consideremos que haya una directa relación entre una y otra cosa). Desde el año 1979 asistiremos al incremento de un proceso paulatino (pero incesante) por el cual se ha venido produciendo un decidido fomento del desarraigo y de la desidentificación de la ciudad consigo misma (esto es, de la pérdida de elementos patrimoniales identitarios), un proceso que se diría se ha llevado a cabo de manera consciente desde determinadas instancias en la localidad y que se va a articular fundamental -pero no solamente- en base a la destrucción [casi me atrevo a decir que sistemática, por continuada y sostenida] del Patrimonio Histórico local portorrealeño; decimos esto no sólo porque el Patrimonio Cultural sea uno de nuestros ámbitos de acción profesional y personal (que lo es); lo decimos porque la pérdida de elementos del Patrimonio Cultural e Histórico portorrealeño es una realidad innegable que se ha venido acentuando desde los años 80 del siglo pasado.

Señalábamos en su momento (y volvemos a señalar ahora) algunos ejemplos y casos de pérdidas patrimoniales (con casos de destrucción total o cuando menos parcial) en Puerto Real desde los años 80 del siglo pasado, como la Plaza de Jesús, la Caja de Agua del Muelle, el Parque del Porvenir, los Chalets históricos del entorno del Pinar de Las Canteras y del Paseo de María Auxiliadora, la Casa de Cargadores de Indias de la esquina de las calles Sagasta y de la Plaza, frente a la Plaza de la Cárcel (hoy Blas Infante)…, el jardín histórico del Ayuntamiento Viejo, y suma y sigue…

Plaza de la Universidad Popular.
Plaza de la Universidad Popular.

Entre los casos de pérdida parcial o de mutilación de otros espacios interiores del casco urbano (y del casco histórico) de la ciudad se cuentan algunos como -por ejemplo- el de la plaza de la Universidad popular (que más parece un espacio surgido de la pesadilla de algún iluminado…, y quizá ése es su origen realmente…), que ni es una plaza pública disfrutable como tal (esto es, un espacio de esparcimiento y convivencia para los ciudadanos) ni tiene nada que ver con un entorno que favorezca y propicie la convivencia ciudadana y la interacción entre los vecinos…

Megalomanía y narcisismo personales parecerían haberse conjugado con determinados intereses económicos para, de la mano del poder local, “guiar” esa destrucción de patrimonio histórico y cultural de la localidad, un fenómeno que no es inocente ni obedece sólo, ni tampoco, al capricho de unos pocos individuos; más bien parece obedecer a una voluntad expresa -y manifiesta- de destruir la identidad portorrealeña para dar paso a otra cosa distinta, amorfa y desnaturalizada, algo que ya no fuese Puerto Real, interrumpiendo el proceso de construcción identitaria de una comunidad a la que precisamente para ello y con esas miras se la ha ido desposeyendo paulatinamente de no pocas de sus señas de identidad históricas, de no pocos de los elementos patrimoniales que sirven para dar cuerpo y forma material al elemento anímico del cuerpo social portorrealeño: destruir la materia [patrimonial] para quebrar el espíritu [social], podría decirse.

Decíamos antes y diremos ahora de nuevo que lamentablemente y en buena medida quienes la han promovido han conseguido avanzar en dicha desnaturalización (a través de la destrucción de elementos patrimoniales), algo también guarda relación con el goteo de propuestas y planteamientos (a lo largo de los años) en materia patrimonial que no han fructificado, que no han llevado nada, a las intervenciones que se dejan languidecer tras el coste público que han supuesto (léase casos como el Real Carenero, la Noria de Autrán, el Horno romano de El Gallinero o los también elementos romanos de la zona de Puente Melchor, por citar sólo algunos…), así como con la relativa incapacidad (puesta de manifiesto a lo largo de las últimas décadas) de los gestores (“hunos” y “hotros”, parafraseando a D. Miguel de Unamuno) de la cosa pública local por hacer algo más que tramitar el día a día de una ciudad que se ha ido convirtiendo progresivamente (como ya señalaban algunos en los años 90 del siglo pasado) en una suerte de dormitorio y por ello en una especie de espacio no convivencial, en un espacio de no interacción de unos ciudadanos reducidos más a la condición de “habitantes” que de vecinos.

Manuel Parodi
Manuel Parodi
Doctor Europeo en Historia, arqueólogo. Gestor y analista cultural. Gestor de Patrimonio. Consultor cultural.

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