Una de las enfermedades más persistentes y dañinas de la política local, en general, y, en particular, de la política puertorrealeña es la desmemoria selectiva que afecta a muchas de las personas que han ocupado responsabilidades municipales.
Resulta sorprendente ver a antiguos concejales que han ocupado cargos de responsabilidad y que, por tanto, conocen perfectamente los motivos del deterioro de los servicios públicos y de las dificultades financieras que arrastra el ayuntamiento, convertidos en críticos feroces de una situación que contribuyeron a agravar o que, en el mejor de los casos, no fueron capaces de resolver.
Quienes gestionaron mal, endeudaron al municipio o aplicaron políticas ineficaces, se comportan como si acabaran de descubrir los problemas del ayuntamiento y, en un mayúsculo ejercicio de cinismo, interpretan un teatrillo que busca el rédito inmediato y el desgaste del adversario, aunque el precio lo pague el municipio entero.
El olvido interesado se impone al compromiso con la verdad. Y lo peor es que esta amnesia estratégica no solo daña la credibilidad de quien la practica, sino que erosiona la confianza de la ciudadanía en la política como herramienta útil.
En definitiva, la desmemoria deliberada es una forma de irresponsabilidad. Y la responsabilidad política no termina cuando se abandona el despacho del ayuntamiento; más bien, es entonces cuando se pone a prueba la talla moral de quienes han pasado por él.
Haría falta un ejercicio honesto de memoria y responsabilidad. Hacer oposición no debería ser sinónimo de destruir, sino de vigilar, proponer y, cuando corresponde, cooperar.