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sábado, 15 febrero, 2025
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Historia de Puerto Real: De nuevo sobre las hornacinas de nuestras fachadas (I)

La religiosidad popular (y no se trata sólo de lo que tiene que ver con la religión cristiana) ha encontrado y desarrollado a lo largo de los siglos múltiples y muy diversas formas de expresión propias, unas formas que, lógicamente, han evolucionado adaptándose a los posibles modos estéticos de cada época, contexto y lugar, desarrollando unas señas de identidad cuyas raíces se funden con las de los distintos pueblos y horizontes culturales que las han modelado a lo largo del tiempo.

En los párrafos que siguen volveremos a centrar nuestra atención -y con ello, esperamos, también la de los lectores- en uno de esos instrumentos de expresión y manifestación de la religiosidad popular que se hacen visibles en el ámbito y el contexto del espacio público: las hornacinas que adornan algunas de las fachadas de los edificios históricos de la Real Villa.

Hornacina de la Calle Cruz Verde, cercana a la calle Amargura.
Hornacina de la Calle Cruz Verde, cercana a la calle Amargura.

Los aspectos y perfiles públicos de la religiosidad popular gozan de un papel principal en lo que se refiere a las manifestaciones de la fe, como pone de manifiesto el hecho de que no es posible pensar en el calendario de un año cualquiera sin que en las páginas del mismo figuren las fiestas del santoral, unas fiestas que (y hablamos desde la perspectiva de la primera persona del plural, desde la perspectiva de nuestro horizonte cultural) forman parte de nuestra tradición (y por ello de nuestra realidad) cultural así como de nuestro bagaje histórico; estas fiestas de naturaleza y origen religioso siguen en buena medida marcando los ritmos y la cadencia de nuestro tempo vital (¿podemos imaginar qué sería de nosotros sin lo que representan la Navidad o la Semana Santa, por ejemplo?), con independencia del credo o la confesión que cada ciudadano individual, en su caso particular, pueda profesar.

La fe (no hemos de olvidar que se trata de un elemento cultural) llega a trascender del marco privado y se extiende por el ámbito de lo público (enseñoreándose del mismo) llegando a convertir en religioso el tiempo profano, o, cuando menos, a matizar con sus originarios tintes religiosos un tiempo que aún no termina de ser enteramente profano, laico (baste señalar que cada domingo, al cabo de cada semana, viene a recordarnos esta cuestión).

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Del mismo modo existen igualmente manifestaciones públicas de la fe y la religiosidad populares que se hacen presentes de manera permanente en el ritmo de nuestro día a día en la forma, como adelantábamos, de las hornacinas que se asoman a nuestras fachadas. Estos, por así llamarlos, balcones de lo sagrado, se asoman al viario portorrealeño (y no sólo al portorrealeño, pero es el que nos interesa aquí y ahora) desde no pocas de las fachadas del casco histórico de la Real Villa, situándose de forma preferente (si bien no exclusiva) en el contexto de los cruces, intersecciones y confluencias de algunas de las calles del casco histórico portorrealeño.

Se trata de unos vanos localizados en las fachadas de algunos edificios que en su día contendrían -como sucede aún hoy en diversos casos- una imagen, un relieve, una cruz, un azulejo acaso, con motivos religiosos. No parece caber dudas acerca de su finalidad: a la cuestión pura y básicamente estética (y en algunos casos epónima, ya que una de estas hornacinas puede llegar a dar nombre incluso a la calle que la alberga, al elemento del viario urbano en el que se localiza) ha de añadirse la funcionalidad apotropaica (esto es, la función protectora de las personas que de un modo u otro, puntual o permanentemente, se relacionan con ese elemento sacro), de forma que se recurre al motivo religioso como protector de los vecinos del edificio, de la calle, del vecindario y, en último extremo, de la localidad en general.

Hornacina de la Calle Cruz Verde, cercana a la calle Teresa de Calcuta.
Hornacina de la Calle Cruz Verde, cercana a la calle Teresa de Calcuta.

Además de de este uso religioso, estas hornacinas cuentan con una funcionalidad eminentemente práctica (y que no entra en conflicto con su naturaleza religiosa), ya que al encontrarse iluminadas (en función del elemento religioso que albergaban y al que se quería mantener iluminado) venían a servir como puntos de luz para el viario público en horario vespertino y nocturno, en unos momentos históricos en los que no existía el alumbrado público (algo que tras la caída de las estructuras estatales romanas no se recuperaría hasta transcurridos no pocos siglos), al menos no tal y como lo conocemos en la actualidad.

De ese modo estas lámparas de aceite, veleros, velas sueltas, que iluminaban ritualmente a los elementos de naturaleza religiosa dispuestos en las hornacinas, venían del mismo modo y a la misma vez a servir como puntos de luz (más o menos funcionales, más o menos febles) para el viario y el viandante, proporcionando algo, si poco (por poco que fuera), de iluminación (y con ello quizá también algo de seguridad) para los viandantes.

En Puerto Real conservamos varios ejemplos de hornacinas en fachada que adornan algunas casas de nuestro casco histórico; entre dichos ejemplos destaca netamente el reseñable ejemplar de la calle Cruz Verde (emplazado entre los números 21 y 23 de dicha vía); esta hornacina, como es sabido, alberga una Cruz precisamente de color verde que da nombre tanto a la calle como al rincón en que se encuentra, el Rincón de la Cruz Verde, antiguo escenario de la quema de los Juanillos (o de Juan y Juana, como era tradicional llamarlos en Puerto Real), una plazuela nunca bien definida o entendida como tal, que fuera espacio de múltiples manifestaciones culturales y festivas a lo largo del tiempo.

Hornacina de la Calle Cruz Verde, cercana a la calle Teresa de Calcuta.
Hornacina de la Calle Cruz Verde, cercana a la calle Teresa de Calcuta.

Cubierta por un ventanal con vidriera, protegida de la intemperie de dicho modo, la hornacina en cuestión se adorna con jarrones provistos de flores y viene a ser la más monumental (valga la expresión) de las hornacinas callejeras del casco histórico de la Villa.

Localizada igualmente en la misma calle de la Cruz Verde, en su esquina con la antiguamente denominada “Carretera Nueva”, hoy calle Teresa de Calcuta, encontramos otra hornacina en el edificio que alberga la Residencia Virgen de Lourdes, una hornacina que contiene asimismo una Cruz de color verde (en clara alusión a la citada previamente) si bien de menor porte que la anterior.

La Cruz Verde, es de señalar, guarda una estrecha relación con el Santo Oficio, con la Inquisición: la presencia de estos elementos (que han dado nombre a la calle), viene a poner de manifiesto de este modo la vinculación histórica de este espacio urbano, de esta calle y de la plazuela que señalábamos supra, con la presencia del Santo Oficio en nuestra localidad, como ya apuntase en su día el profesor Antonio Muro Orejón.

Y en los próximos párrafos continuaremos con este tema.

Manuel Parodi
Manuel Parodi
Doctor Europeo en Historia, arqueólogo. Gestor y analista cultural. Gestor de Patrimonio. Consultor cultural.

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